martes, 21 de junio de 2011

Páginas a 24 fps: El cielo protector

¿De qué va?:
1947... Port y Kit Moresby llegan en barco al norte de África. Al cabo de diez años de matrimonio, para esta sofisticada pareja norteamericana resulta difícil la convivencia. Port, un músico que lleva un año sin trabajar, busca en el desierto una fuente de inspiración y nueva savia para un matrimonio que se muere, mientras Kit, cansada de viajar, espera que un milagro le devuelva a su marido. Tienen un compañero de viaje, George Tunner, un joven rico y mundano, fascinado por los Moresby y atraído especialmente por Kit. Port, que se define insistentemente como un viajero y no como un turista corriente, no está muy seguro de su destino, pero está decidido a dejar atrás el mundo moderno, por lo que finalmente ambos se adentran en el Sáhara esperando encontrarse también a sí mismos. El viaje no lleva a la reconciliación, y Port y Kit se vuelven hacia otras personas en busca de consuelo. Kit tiene una breve aventura con Tunner y Port se siente seducido por una hermosa muchacha árabe, pero estas aventuras sexuales tampoco provocan una respuesta o una reconciliación. Tunner acaba marchándose y Port y Kit, adentrándose cada vez más en el desierto, no encuentran ni alivio ni inspiración, sólo el sol, la arena y las rocas de una civilización más antigua y más dura que los va destruyendo gradualmente.

Sirva de precedente que no es un libro que leí por libre elección. Eso no debería ser óbice para que, directamente, no me gustase, pero la realidad es que ése fue el resultado. Leas donde leas, todo el mundo pone a este libro por las nubes: Paul Bowles, un  genio. El cielo protector, una obra maestra. Uno de los grandes clásicos de la literatura americana... Pues bien, que me perdonen Bowles, los americanos y los hermosos cielos anaranjados del Sáhara, pero a mi me resultó un auténtico suplicio leerlo y mucho más tratar de resumirlo en pocas palabras. El cielo protector es uno de esos libros que hace un viaje por el lado más oscuro del alma humana, está lleno de pesimismo, tristeza, sexo y, a mi entender, tópicos llevados al extremo sobre la cultura árabe en general. 
Se detiene en interminables descripciones de paisajes, de viajes y lugares... Pero lejos de alentarme a conocer aquel paraiso desierto, lo que hace es quererlo evitar a toda costa. Las descripciones, o el exceso de ellas, no son signo de una mala historia (sirva de ejemplo, Los pilares de la tierra y sus interminables canteras de piedra o El señor de los Anillos y sus frondosos bosques, ríos, etc), pero en esta ocasión, se me hizo soporífera. Nunca llegas a tener muy claro hacia dónde va el autor o qué persigue con tal o cual acción.
En general, Bowles y su obra están llenos de esa oscura sombra de pesimismo y falta de energía para enfrentarse a la vida, como si el destino estuviese ya marcado y éste fuera poco menos que nefasto.

Tras semejante experiencia literaria, uno pensaría que nada más lejos de repetir. Pero la versión hecha para pantalla grande tenia sus grandes alicientes: un director y un reparto de campanillas. Si el libro no era del todo de mi agrado, tal vez el cine pudiese salvarlo para la causa.
Un director: Bertolucci
Cualquier aficionado, ya no digamos cinéfilo, tendría expectativas ante alguien capaz de tener en su haber El ultimo emperador, Novecento o El último tango en Paris. Bueno, pues todos tenemos un mal día. En mi opinión, se quedó en lo que nos quedamos todos: la sórdida relación sexo del matrimono fuera del matrimono, de un compositor que no compone y una escritora que no escribe y a los que el desierto parece condenar al más negro de los viajes con un más que esperado trágico final.

John Malkovich, Port Moresby
Para un músico, no crear música es como morir. Y Moresby muere en más de un sentido. Busca en la arena del desierto el último aliento para salvar su alma de compositor, su corazón y su matrimonio. Ya sé que todo el mundo pone a Malkovich por las nubes y, admito que, hace un gran trabajo dado el poco material con el que cuenta, pero no sé si seré un poco dura si digo que casi lo prefiero en uno de esos anuncios del Nescafé.
 El zoo de cristal (1987) dirigida por Paul Newman.
Tal vez soy yo la que tiene un problema con Malkovich, o más bien con su personaje en esta película, porque después de ver maravillas como El zoo de cristal (En día laborable, a las tantas de la madrugada, en la 2 y en versión original, ahí es ná jajaja) o El imperio del sol, De ratones y hombres o incluso la más comercial El hombre de la máscara de hierro, donde Malkovich a la sazón con Jeremy Irons hacía merecer la sola visión de la película. Un hombre capaz de participar en esa extraña rareza que fue Cómo ser John Malkovich o encarnar a un Valmont capaz de seducir a la ángelical Michelle Pfeiffer en Las amistades peligrosas...

Debrah Winger, Kit Moresby
George Tunner (Campbell Scott)
A favor del personaje de Debrah diré, sin menospreciar a Malkovich, que entiendo que tuviera su affaire con el tal Tunner si éste tiene el porte de Campbell  Scott, por quien siempre he sentido una debilidad a la que aún hoy (cuando lo veo encarnando a Boris deapellidoimpronunciable  en Royal Pains) no le encuentro explicación. Líos con atractivos caballeros aparte, no sé si el ya cargado ambiente que acompañaba a esta película hace que me olvidé que Debrah es la misma a la que Richard Gere saca en brazos de aquella fábrica, que es la misma a la que Shirley McClaine amaba y odiaba por momentos, la misma que hizo conmover el corazón de un frío Anthony Hopkins... Y es que, para según que cosas, los lectores-barra-aficionados al cine, tenemos memoria selectiva, que diría alguien que conozco.
Y ahora diréis: No le ha gustado nada de esta pelicula, pues... Os equivocais. La música es preciosa, una banda sonora compuesta por el incombustible Ryuichi Sakamoto. Y como la música es algo que no podemos explicar con palabras, sirva un ejemplo. El tema principal de la banda sonora cortesía de agmcinefilo o la maravillosa fotografía de Storaro, que convierten las eternas descripciones de dunas de arena, calor casi tangible y atardeceres anaranjados en algo que anhelar.
No sé si con el tiempo, descubriré esa parte de la historia o de la película que parece he perdido. Uno cambia con el tiempo o el tiempo lo cambia a uno... No estoy muy segura de cómo funciona. Y si no es así, ningún tiempo debe darse por mal empleado cuando hablamos de libros. No hay libros malos o escritores malos, sólo gustos literarios diferentes. Y parece que Bowles no es de  los míos. 






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